Los resultados del plebiscito realizado en Chile el 25 de octubre fueron categóricos: el 80% de los votantes se declaró a favor del cambio de la odiosa Constitución en vigencia desde 1980. Es expresión de un hartazgo con el modelo democrático chileno, especialmente mezquino, desigual y antipopular. Fueron las mismas motivaciones que provocaron el estallido de grandes protestas sociales el año pasado, furiosamente reprimidas por los carabineros del gobierno de Sebastián Piñera. De todas formas, es necesario distinguir la enorme e histórica masividad de estas protestas de su radicalidad en contenidos alternativos a la política decadente, su costado más débil.
En este sentido, los resultados del plebiscito arrojan un muy justo veredicto popular y esperemos que de todo esto puedan salir algunas mejoras para la población. Al mismo tiempo, hay que advertir sobre las falsas ilusiones que deparan estos mecanismos institucionales que sabemos que abren espacios para traiciones y estafas de todo tipo. Si bien la constitución actual surgió de la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), experimentó sucesivas reformas (las más importantes en el año 2005) que le fueron dando fisonomía a la actual democracia chilena, guiada en sus primeros años por una coalición de partidos políticos moderados y de centro-izquierda (la Concertación). Es claro que nada de esto fue suficiente para satisfacer el anhelo de dignidad y justicia de la gente común, un anhelo que necesita ir por otros caminos que los de la política democrática decadente. (23/10/20)