Los tiempos actuales destilan insensateces, negaciones impresionantes, falsificaciones descaradas. Ante ello podemos sonreír o también reírnos a carcajadas. Sin embargo nos damos cuenta de que una sana reacción irónica no es suficiente. Nos podemos indignar con total justicia, pero tampoco eso basta. Podemos pensar que el efluvio de cosas ilógicas, y de tecno-ilógicas, no nos toca pero notamos que nos afecta aunque solo sea indirectamente.
Entonces conviene ir a la raíz sin dar por sentadas verdades universales fundamentales sino, más bien, hacer de ellas un estandarte a llevar bien alto y visible.
Somos seres humanos y todas y todos formamos parte de la especie humana que está constituida por dos géneros: el femenino y el masculino. Cada una y cada uno es un individuo único y diverso de todos los demás.
Cada una y cada uno obra sus elecciones, incluso las relacionadas a la orientación sexual, las cuales pueden cambiar en el curso de la vida y tienen que poder expresarse libremente.
Ya sea por motivos bio-anatómicos o de otro tipo, algunas personas sienten la exigencia de emprender el doloroso camino de modificar, incluso drásticamente, algunos rasgos de sus propios organismos, desde los masculinos a los femeninos o viceversa.
Estos son hechos incontrovertibles. Los hemos enumerado por orden de prioridad: especie, género, elección de orientación y eventuales transiciones.
Ninguno deja de ser parte de la especie humana, la cual no deja de estar constituida por mujeres y por varones.
La identidad de cada una/o no deja de estar constituida por diversos factores, algunos de los cuales no dependen de nuestras elecciones. Negarlo significa extraviarnos en las arenas movedizas de la pérdida de todo tipo de identidad. Teorizar la “fluidez” (¡?), la “neutralidad” (¡?), lo momentáneo (esta semana me siento mujer –¡?–) conlleva consecuencias muy graves. Ya estamos viendo los frutos envenenados entre los jóvenes y adolescentes, para no hablar de las consecuencias a largo plazo.
Impacta la rapidez con que la declinación también femenina por la que luchamos 160 años en un mundo masculino y patriarcal pasa “de moda”.
Tenemos la fundada sospecha de que se trata de una nueva y feroz reacción ante el protagonismo femenino: una vez más contra las mujeres y, por lo tanto, contra toda la humanidad y sus posibilidades de autoemancipación. La sospecha se convierte en certeza cuando los Estados legislan sobre la autodefinición de género (¡?). Los Estados, en cuyo origen, hace cinco mil años, están la guerra y el patriarcado. Los Estados, que osan legislar sobre los cuerpos y sobre las elecciones de las mujeres y sobre la vida íntima de las personas definiendo legalmente las relaciones.
Una vez más ir a los orígenes conviene. Y decir la verdad es un deber.
Publicado en La Comune 362