Hace unos días, una enfermera de un centro de detención para inmigrantes en el condado de Irwin (Georgia, EE.UU) de nombre Dawn Wooten denunció que allí se hacían histerectomías y otros procedimientos quirúrgicos no deseados, resultando en esterilizaciones obradas sin el consentimiento de las mujeres. El responsable es un médico ginecológico conocido como “el coleccionista de úteros”. Al difundirse la noticia, algunas mujeres inmigrantes que estuvieron detenidas en el lugar, centroamericanas y africanas, confirmaron la denuncia de la valiente enfermera, quien había sido expulsada de la institución por señalar las malas condiciones sanitarias ante el avance del Covid-19.
Es un gravísimo ataque patriarcal y racista que recuerda a las prácticas eugenésicas realizadas por las minorías dominantes a lo largo de la historia, desde el nazismo hasta los repetidos intentos de los estados norteamericanos durante los siglos XIX y XX de “regular” la población inmigrante e indígena, pasando por otros ensayos de ingeniería social. En particular, este caso –que se suma al encarcelamiento de niños y niñas en centros de detención y la separación de familias que cruzan la frontera– manifiesta una vez más las aberrantes condiciones que deben atravesar las y los inmigrantes, con las mujeres y niños particularmente expuestos. ¿Hasta dónde más es capaz de llegar la decadente e inhumana política democrática en su cruzada contra la vida?